lunes, 19 de marzo de 2012

Amor pentecostal


Conocí a Lucas en la Plop. Al toque me contó que él era hijo de un pastor pentecostal que odiaba la homosexualidad. Luquita era hermoso, morocho, hecho con anda a saber qué cincel. Me prometió la luna esa noche y me la dio. Terminamos en un telo de Once. Me acuerdo que ahí empezó todo, entre los gritos de las colombianas que se escuchaban a través de las paredes que parecían de cartón y nosotros besándonos a más no poder. Después de eso, estuvimos meses, años. Dos años llegamos a estar. El me hablaba de Dios y me aburría, decía que la Iglesia verdadera no aceptaba a los putos y él era puto. Sin embargo, con la familia todo bien. El padre me charlaba, tomaba mates conmigo. A veces, los domingos lo veía vestido de traje saliendo para la Iglesia. No parecía tan malo como creía Luqui, no parecía tan malo.

Luquita comía poco y todo dietético, no fumaba, no tomaba alcohol, él decía que era de la santa rebeldía… Yo no entendía… El decía que nos íbamos a casar en una Iglesia Pentecostal que está cerca del Congreso, en Buenos Aires, donde aceptan los matrimonios putos.

Una vez, me acuerdo, me regaló una Biblia de esas que te regalan en la calle, esa que son buenas para armar cigarrillos. Ahora que me acuerdo, cuando me la regaló ya estábamos en las últimas. Pero todavía no quiero entrar en ese momento. Lo que sí puedo decir es que todo empezó cuando empecé a entender lo que pasaba en esa Iglesia.

Con Luquita empezamos a coger sin forro después de seis meses, cruciales seis meses. Antes, el había tenido hepatitis B y yo le pedí ver los análisis y él me los negó. Parece que la Iglesia también tenía una obra social donde el loguito era un pibe y una piba con un nenito en medio, un logo parecido al que usaban los naranjitas cuando fue lo del matrimonio:



Me di cuenta que todo era de una fachez desmedida pero yo le seguía creyendo a Luqui.

Los diálogos entre nosotros se iban poniendo cada vez más intensos. Tanto que Luqui ya ni tenía relaciones conmigo. Una vez por semana como mucho y a mí que me gusta estar tanto con una persona, abrazarme, besarla pero él se empecinaba en la santa rebeldía y cada vez era menos lo que nos tocábamos, lo que nos decíamos “te amo” y esas cosas.

Un día me cansé y lo dejé. Pero lo dejé porque no se quería ir al Fernández a hacerse el análisis de HIV conmigo. La charla fue la siguiente:

M:- Vamos al Fernández a hacernos los análisis que son gratuitos y confidenciales.

L:- El sida no existe, es una mentira de la ONU para sacar más plata en medicamentos.

M:- ¡Pero si no sabes si tenes, no te podes tratar! ¿Entendes?

L:- Es que no existe…. Mi Iglesia dice que es una mentira para tener a los países subdesarrollados en jaque de una manera monetaria, la ONU es una conspiración que, mediante los medios de comunicación, mantienen a toda la sociedad sedada de las verdaderas verdades de la humanidad… Hace mucho tiempo se sabe de esto.

M:- Bueno… Ya fue… Si no queres hacértelo, te dejo.

Y lo dejé nomás. Así dejé a mi amor pentecostal, que hasta el día de hoy no sabe si es reactivo o no reactivo. Espero que ande bien.

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