jueves, 21 de junio de 2012

Entre la hipérbola y el hipervínculo el Libro de Sombras de Mariano Massone, algo que no se vuelve dibujo y que, sin embargo, todo el tiempo se está dibujando, desdibujándose.


Por Romina Freschi

Me causa un poco de gracia venir aquí a hablar de un libro en el que tengo, entre otros, el rol de personaje.  Aparezco allí con nombre y apellido, y en cierta medida, se me adjudica también, voz y autoría. Estar aquí entonces me pone en un lugar no extraño pero sí demasiado al descubierto, me pone en el lugar de lo obvio, ya que estoy puesta aquí para representarme a mí misma, sea lo que sea que eso significa.
Como cierta clase de programa o una aplicación, corre entonces la representación aquí. Y llegado este punto, es en cierta medida, también un alivio. Puedo habilitar algún grado de “suspensión” de mis otras facetas suponiendo que sé exactamente cuáles son ellas, y dejar correr esta aplicación aquí, un self digital, ser “La” Romina Freschi, como leí por ahí en Facebook, que es también una aplicación.
Igual nada de esto es extraño tampoco a la hora de hablar del libro de sombras, o de Mariano Massone, su personaje principal y el autor, mi alumno, mi amigo, mi hijo, mi colaborador, un plebello,  y, como se lee en la solapa, poeta, ensayista, brujo, pampeano y saltimbanqui, más todas los programas o sombras que le conocemos, le adjudicamos y las que no.
Digo, no es extraña la representación. Primero pienso en las sombras chinescas. El teatro de la vida y la sombra de lo que es Oriente aquí en el Sur, y una serie de papeles asignados a partes del cuerpo en el teatro de sombras, a partes del cuerpo y de la psiquis en el teatro de la vida, o partes del papel mismo en el pliegue de un origami.
Como un breviario entonces de guiones o protocolos de la vida moderna, aparecen y desaparecen los roles en esa especie de diario de hace más o menos un año y que se halla además cruzado por un río interior. El diario comienza justamente el 14 de mayo, día de cumpleaños de mi perro John Lennon, y apenas pasada una quincena de la noche de Walpurgis y del día del trabajador. Más o menos como hoy pero hace un año.  
Por un lado entonces, la suspensión del poeta y su voz propia, por otro lado el narrador repleto de voces.
Tantas voces hacen un libro mudo – esa imagen en la tapa -  y un libro de sombras – que es también otra clase de representación, un libro de dibujos – otra vez el mutus liber en La Rochelle, pero también, la idea gráfica de la representación, y su base: la perspectiva: dos líneas paralelas que se unen en el infinito, como la ciencia y la religión se unen en la alquimia, y como el plano hiperbólico del universo puede comprimirse en el interior de un círculo.
Es aquí donde evidentemente me represento a mí misma, leyendo este libro de sombras de Mariano como si se tratara de un hiperredondel, de los míos.
Pero también se puede leer como uno de los grabados en madera de M.C. Escher, (Maurits Cornelius aunque estoy tentada de llamarlo Em Ci Escher). El grabado se llama Límite Circular I.  No es tan conocido como el de las manos que se dibujan unas a otras, y que en este libro también nos sirve mucho para leer el entramado de voces y de las imágenes.
De mucha de la obra de M. C. Escher se dice que representa el pensamiento matemático moderno, y dentro de él la geometría hiperbólica.  Límite Circular I es básicamente un redondel, je,  y en él vemos una infinidad de peces que parecen apretarse a medida que se acercan a la frontera del círculo que las contiene. Los peces están dibujados en blanco y negro con ojos del color opuesto, como en el ying y el yang, solo que los peces tienen formas angulares, a no ser por los ojos que son redondos. 
Dice Roger Penrose en relación a esta imagen:
Imagínese que usted es uno de los peces. Entonces, ya esté situado próximo al borde de la imagen de Escher o próximo a su centro, el universo (hiperbólico) entero tendrá la misma apariencia para usted. La noción de “distancia” en esta geometría no coincide con la del plano euclídeo en cuyos términos ha sido representada. Cuando miramos la imagen de Escher desde nuestra perspectiva euclídea, los peces próximos a la frontera parecen hacérsenos minúsculos. Pero desde su propia perspectiva “hiperbólica”, los peces blancos o negros piensan que tienen exactamente la misma forma y tamaño que los que están próximos al centro. Más aún, aunque desde nuestra perspectiva euclideana exterior ellos parecen acercarse cada vez más a la propia frontera, desde su propia perspectiva hiperbólica dicha frontera siempre queda infinitamente lejos. Ni el círculo frontera ni nada del espacio “euclídeo” exterior tiene existencia para ellos. Su universo entero consiste en lo que para nosotros parece estar estrictamente dentro del círculo.

Dice Mariano Massone en el Libro de Sombras
El ojo que antes miraba de un modo, hoy
es una esfera.  Volviéndose sobre sí mismo es
espectador de un tiempo que no es repetible, de un ojo
que no es repetible (mirada tornasolada que
 subleva el espacio)

y otra vez, la voz que se escucha no es mía.

La voz se vuelve candor, se despliega de mí
como si fuese un pez que vive en mi estomago y que
sólo se puede descifrar bajando a mi profundidad
por una roldana y un balde: Aljibe que hay en mí,
que contiene a un pez que habla por mí.
(Pez halado a mí…)

Un círculo el ojo, el estómago, el aljibe y el balde. Todo el cuerpo una vejiga de pez donde también puede vivir el pez. Un círculo es también lo que contiene la estrella de 5 puntas de múltiples significados esotéricos y matemáticos, y que Mariano elige para representar su primer diagrama sobre Maestro y Margarita de Bulgakov, otro de los polos del sistema de lecturas que es también el libro de sombras.
He aquí lo hiperbólico, en el espacio de la curva del libro, en el semicírculo que abanica al abrirlo, la generatriz de un sistema de lecturas. Literarias y no. Solo literarias en la medida en que hoy las leemos en el libro de sombras. Ejemplo de esto es cuando leo mi nombre en el libro, yo sé que existo fuera de él, y al mismo tiempo, comparto esas reminiscencias, como se puede compartir una lectura, una visión, una perspectiva. Ahí la hiper bola, una pelota, otro redondel.
¿Acaso mirarán por la mirilla estos animales, que / en su inteligencia, se nos escapan? Así como peces hiperbólicos vistos desde una perspectiva euclideana, o como un matemático fuera del círculo visto por los peces hiperbólicos dentro del círculo, así a veces parecen verse algunas de las puntas de este libro. Su proliferación y su modo de arrimar el pensamiento al sentimiento ponen en cuestión la distancia.
Si al principio lo que era Suspensión no parece tener nada que ver con el ritmo hiperkinético del diario, al final del libro no sabemos cómo hacer para separarlos el uno del otro. No hay suelo, repite el texto. La grieta también conecta lo desconectado.
Así las superficies, y el espacio (la calle o el espacio cósmico) solo requieren ser atravesados. No hay otra clave para la experiencia, o para la experienciación, palabra diseñada por Mariano. No hay otro modo de leer ni de vivir más que atravesar, y el atravesar implica de por sí lo transitorio. El tránsito, lo trans. Hoy que tenemos ley de identidad de género, lo real es que todos somos trans. ¿Cómo vivir de otro modo el apasionamiento? En lo trans es donde transcurrimos, y armamos secuencia, vida, amistad, bola, nos damos bola.
Cito a Mariano, pero en El cuchillo de Abraham.

Esta transferencia es infinita e indefinida. No hay límites para lo trans. Lo trans persiste ante la masacre de las coagulaciones. Es que en el tránsito, en la transfiguración translucida, en la transmutación los elementos del lenguaje van desarticulando aquello que no muestra el Verbo. Sólo hay muestra y, en el fondo, hay fondo pero sin forma ni fondo. Ese es lo que se llama pasión: sólo se encuentra lo que se muestra y en lo que se muestra no está. Por eso, la pasión incide en la redención. Ninguna redención salva a nadie de nada, simplemente lo envuelve tras otro velo, lo refugia en otro estadío.

Recuerdo cuando Mariano llegó al taller hace algunos años. Para él son muchos, para mí no tanto, aunque cuando miro fotos me doy cuenta de que sí ha pasado mucho tiempo, mucha agua bajo el puente, y mucho apasionamiento en cada una de nuestras vidas. En ese momento, me pareció un cachorro y durante años lo llamé cachorro. En estos días, mientras me preparaba para hoy, pensé que al llamarlo cachorro lo estaba llamado un “cacho rró”. O sea un cacho de mí.
Y sí, yo adoro a los perros, y así como soy un personaje del libro de Mariano, John Lennon y Julia, mis perros, son personajes de mis poemas, e incluso de poemas de amigos. Mis perros fueron y son un modo de la maternidad. Durante mucho tiempo acariciamos con Mariano la idea de una mutua pertenencia a través de esa relación perruna, de esa continuidad no genética, aunque sí generativa.
Como todas las maternidades, por suerte, ésta tampoco es lineal, sino que  revierte y si bien sé que Marian aprendió mucho de mí- porque así dicta el rol para los dictadores de talleres y sus talleristas y para las directoras de revista y sus colaboradores-  lo cierto es que yo aprendí- y aprendo- mucho de él. Crecemos los dos hasta ser cachorros juntos.
En esa transferencia no exenta de narcisismo se juega en gran parte nuestro hipervínculo. Somos peces que piensan que tienen exactamente la misma forma y tamaño aunque de afuera nos vean tan distintos.
Dice Mariano
Mi voz, espiral de voces,
Ladra el aliento que otros creen ilusorio.
Guau Guau!

Escrito para la presentación del Libro de Sombras, en mayo 2012

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